«El trabajo de bombero hoy no tiene nada que ver con el de entonces. Entrabas a los fuegos a pecho descubierto, no había equipos respiratorios o eran muy malos; ni comunicaciones, sólo teníamos un 'talkie'. Las mangueras eran de trapo y para cortar el agua tenías que gritarle al del camión: ¡Vale!», relatan Txus Romero, Txomin Sagastibeltza y Antonio Aranda, que cumplen este año las bodas de plata en el servicio de extinción. 97 bomberos de Bilbao, de los 101 que se licenciaron el 16 de febrero de 1984, cuentan con 25 años de experiencia en el cuerpo. De los cuatro restantes, dos han muerto -por enfermedad y en un accidente de parapente- y los otros dos trabajan como apagafuegos en el parque foral en Markina.
La mayoría tiene en torno a los 50 años, ya que cuando opositaron eran veinteañeros. Hasta la edad de los bomberos ha cambiado. El único límite para aspirar a una plaza es encontrarse a más de diez años para la jubilación obligatoria, que hoy se sitúa en torno a los 62 años. Así, la media de edad de las últimas convocatorias superaba los 30 años. «Antes veníamos de oficios -albañiles, electricistas, carpinteros, fontaneros, mecánicos...-; ahora, de la Universidad, todos tienen título y nunca han trabajado con las manos, están un poco verdes. Y si miras en el camión, todo son herramientas, hachas, motosierras...», dicen.
En la actualidad, a un opositor le puede costar, con suerte, seis o siete años conseguir la plaza, entre el tiempo que dedica a sacar los carnés y las interinidades en otros parques. Es un trabajo atractivo para los jóvenes, seguro y rodeado de un cierto espíritu aventurero y de acción. En 1984 salieron a oposición 119 plazas, de las que sólo se cubrieron 101. Había entre ellos únicamente una mujer, Isabel, que hoy está destinada en la Academia de Bomberos. Como en aquella época se necesitaban bomberos, se realizó un sorteo y salió la 'R'. Fueron contratados de forma temporal, desde el 9 de octubre de 1982, los 40 aspirantes con apellidos que empezaran a partir de esa letra. Entre ellos, Txus Romero.
Cuando apenas comenzaban a aprender el oficio, diez meses después, en agosto de 1983, Bilbao sufrió una de las peores catástrofes naturales de su historia: las inundaciones. «Fue terrible, tengo recuerdos muy duros. Nos quedamos aquí (en el parque de Garellano) casi durante quince días sin salir. Todos estábamos acuartelados, ni se dormía. La comida nos la traían desde el restaurante Antón de Artxanda». Algunos caían por «agotamiento físico». «Hubo que apuntalar el Casco Viejo entero, el lodo había vaciado los cimientos», recuerda Txomin, que, a sus 50 años, mantiene unos abdominales enviadiables, a juzgar por la fotografía en la que sale con el torso desnudo en el anuario del Cuerpo de este año. Él es diciembre. «El más carroza del calendario», bromea. 
Poco después, se produjo otro suceso histórico en Vizcaya, el accidente de un avión 'Boeing' en el monte Oiz, en el que murieron 148 personas. «Te acostumbras a ver un cadáver, pero... Un helicóptero bajaba los restos, torsos sin brazos ni piernas, hasta Garellano, donde estaban los forenses». «Lo peor era el olor, recogíamos restos de las ramas de los árboles», recuerdan Txomin y Txus.
Fuego en garajes y túneles
En estos 25 años sólo ha fallecido un bombero de Bilbao en acto de servicio. Concretamente, en la búsqueda de un desaparecido en Basauri. Era un 'hombre-rana' y fue absorbido por un sifón en el agua. Murió ahogado. «Lo más peligroso son los fuegos en sótanos, garajes y túneles, por el humo y la desorientación», dice Txomin. «Nuestro trabajo no tiene nada que ver con lo que sale en las películas, no ves nada, ni las llamas», matiza Txus.
Sin embargo, nunca se sabe dónde está el riesgo. «Te puedes jugar el físico en un fuego ridículo, por ejemplo, en los incendios de casas abandonadas, que no tienen luz, y la madera está carcomida. El serrín es como la pólvora y si el suelo está agujerado, te vas para abajo». «O mides tus posibilidades o en el fragor de la batalla, si te excedes, puedes sufrir un accidente grave», advierte Txomin. Tienen un compañero que casi «entrega 'la cuchara'». Sufrió quemaduras en una pierna. Desde entonces, su puesto es de conductor. «La piel tiene memoria y cuando se quema, se vuelve más sensible al calor», subraya.
A sus 50 años, se dan cuenta de que «los años no perdonan. Te das cuenta cuando subes a un quinto piso y con 30 kilos que pesa el equipo a la espalda. Corres menos, pero ganas en experiencia. Ves las cosas más claras». La mayoría de los miembros de la plantilla «se cuida para mantener unas buenas condiciones físicas». Son como una familia -en la actualidad hay unos 190 bomberos en el parque de Bilbao, 30 por turno-, hacen guardias de 24 horas. Ponen un escote de 15 euros y compran comida para cocinarla ellos mismos en el parque de Garellano. «No es un trabajo productivo, nos apoyamos uno en el otro. Mi vida puede depender de la de Txomin», asume Txus. Duermen -«más bien descansamos»- vestidos. Si suena la alarma, han de levantarse de un salto y salir corriendo.
En realidad, lo de apagar fuegos es sólo una parte de su labor. También van «a por loros, a abrir ascensores y puertas, a la ría porque se ha caído un perro, a accidentes de tráfico u otros incidentes provocados por abejas, pucheros...», enumeran. Antes, «había más fuegos por braseros y más casas de madera que ardían antes».
Los Bomberos de Bilbao fueron mundialmente conocidos por el calendario en el que algunos de sus miembros posaban semidesnudos con el objetivo de recaudar fondos para sufragar su viaje a los Juegos Olímpicos de Policías y Bomberos. La última edición, con los 25.000 ejemplares ya vendidos, les llevará a competir el próximo agosto en Vancouver (Canadá), donde tendrá lugar este año la cita. «Nos parece bien», opina Txomin. «Es para alegrar y ha salido gracioso. ¿Por qué todos los calendarios van a ser de 'chicas Pirelli'?», se preguntan estos profesionales de plata.
